La historia de Canach: Una reunión fuera de horario

por Scott McGough el 22 de mayo de 2013

El ejecutivo subalterno provisional Blingg frunció el ceño mientras se dirigía hacia la puerta de su hogar pisando enérgicamente. Llamar a las dependencias de su compañía “modestas” era ser demasiado generoso. Él las consideraba más bien “cuchitrílicas”. El Consorcio cubría las necesidades de sus empleados en función de sus resultados el año anterior y, sin lugar a dudas, en vez de una casa, los de Blingg se merecían más bien una ratonera de skritt.

—Ejecutivo Blingg, volviendo a casa —dijo como avisando. Descubrió, a fuerza de cometer errores, que si no anunciaba su llegada antes de abrir la puerta, el gólem de seguridad del hogar que le había proporcionado el Consorcio podía derribarlo y darle la tabarra hasta que verificara su identidad. Algunos ejecutivos del Consorcio consideraban a estos gólems privilegios adicionales del trabajo. El de Blingg era más bien un castigo/espía/supervisor de intimidación que le habían asignado por el año desastroso que había tenido.

El interior del cuchitril de Blingg estaba silencioso y tranquilo.

—¿No me has oído? Soy… —empezó a decir, pero una bota de suela dura golpeó al asura en mitad de la espalda y del impulso lo arrastró por el áspero suelo de madera. La puerta se cerró de golpe y dejó a Blingg jadeando en la oscuridad, con la cara llena de rasguños y su garganta invadida por el miedo.

—Subdirector Blingg —la voz era suave, refinada y perturbadoramente tranquila. Blingg reconoció a su dueño y contuvo su creciente pánico.

—¿Canach? —chilló Blingg.

El intruso encendió una cerilla, revelando su frío e inexpresivo rostro. Efectivamente, era Canach; el mercenario sylvari seguía siendo tan grotesco como recordaba Blingg.

En cuanto vio que Blingg lo reconocía, Canach apagó la cerilla con un movimiento de su muñeca y la habitación volvió a quedar a oscuras.

—Noll —Blingg no había oído el movimiento del sylvari, pero ahora la voz de Canach venía de atrás, justo de detrás de su oreja izquierda—. ¿Dónde está?

—Yo, eh, no pienso decirte nada. Así es como me bajaron de categoría — Blingg trató de sonar solemne.

—Noll —repitió Canach, acentuando la palabra con el sonido metálico de una daga abandonando su funda—. ¿Dónde? Otro equipo de desmantelamiento independiente me tendió una emboscada la semana pasada. Dos humanos y un charr vinieron a por mi cabeza, diciendo: “Noll te manda recuerdos”.

—Eso no tiene nada que ver conmigo —Blingg esperaba haber sonado más valiente a Canach que a sí mismo—. ¿Y dónde está mi gólem? Soy responsable de él, ya lo sabes.

—Olvídate del gólem —desde detrás de Blingg, Canach encendió otra cerilla y la lanzó al suelo sobre la cabeza del asura. Fue a caer junto a un saco tejido toscamente que yacía entre Blingg y la puerta, lo suficientemente grande como para tener que cargarlo sobre los hombros para transportarlo. El saco tenía tres formas irregulares dentro y una pequeña mancha oscura se filtraba en la parte inferior formando un charco debajo.

—Noll no tendrá la cabeza que estaba esperando. Pero en su lugar, tengo esto para él.

La cerilla chisporroteó y comenzó a apagarse mientras Blingg seguía mirando el bulto macabro, sin poder quitar la vista del par de cuernos que habían perforado uno de los lados. Buscó algo que decir para evitar ser degollado.

—Oh —dijo finalmente.

—Me subestimaron. Y ahora voy a ajustar cuentas con nuestro viejo colega. Si no me das algo que pueda usar, me llevaré parte de ti cuando me vaya.

—La Cala del Sol Austral —Blingg se humedeció los labios ansiosamente—. Noll está estableciendo asentamientos de refugiados para ofrecer un nuevo comienzo a las desafortunadas víctimas de la Alianza Fundida.

—Lo que significa que no han logrado vender suficientes paquetes de vacaciones en la isla —Canach estaba lo bastante cerca de Blingg como para oír el susurro del pelo frondoso y apreciar el olor a hierba recién cortada—. O que necesitan un nuevo envío de mano de obra barata.

—Ambos, en realidad —Blingg llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer para sobrevivir a aquella noche era confesar—. Y no va bien. La mayoría de los colonos ya habrían abandonado si no fuera por los contratos que firmaron.

Canach se quedó en silencio en la oscuridad por unos momentos dolorosamente largos y luego dijo:

—Esos contratos, ¿están en la Cala del Sol Austral?

—Los originales sí. Las copias, también, conociendo a Noll. Los habrá archivado en el cuartel general y con el Departamento de Archivos.

Blingg oyó cómo la daga de Canach volvía a su funda. La esperanza comenzó a roer los bordes de su miedo.

—¿Significa esto que me vas a dejar vivir?

—Por ahora.

La puerta del cuchitril de Blingg se abrió y la languideciente luz del día se abrió paso de sopetón. El bulto sangriento desapareció del suelo, pero el charco seguía allí.

—Espera. ¿Y yo qué? Me van a batir como las tortillas de Owain por haber hablado contigo —espetó Blingg, envalentonado.

Canach se detuvo en la puerta, con el macabro saco colgando pesadamente en la mano.

—No pienso decirle a nadie que he estado aquí. Y tú tampoco lo harás.

La desazón de Blingg se antepuso a su instinto de supervivencia e hizo un ruido obsceno y desdeñoso.

—Buen plan. No diremos nada y esperaremos que todo salga bien —hizo una pausa, y al ver que Canach no lo mataba ni amenazaba, continuó—. ¿Y qué hay de mi gólem? Ahora me toca pagarlo…

—Pues más te vale empezar a ahorrar. Tengo algo en mente para tu tenaz amigo de metal. Tranquilo, le daré mejor uso del que jamás le hayas dado.

La puerta se cerró y la habitación quedó a oscuras una vez más. Pasados unos instantes, Blingg exhaló con fuerza y se dejó caer en el suelo de espaldas. Podía decir que el gólem había desaparecido y que no tenía ni idea de dónde había ido ni por qué, lo cual era totalmente cierto. Como leal empleado del Consorcio, también era su deber buscar a un ejecutivo de rango superior de inmediato y avisar a su antiguo colega Noll de lo que se le venía encima. Tendría que haber saltado en ese momento, correr directamente a la oficina central y haberles contado todo.

En cambio, Blingg evitó la lámpara de aceite junto a su mesita de noche y buscó a tientas en la oscuridad hasta que encontró la botella de grog barato que guardaba bajo la cama.

—Buena suerte, Noll —dijo en voz alta. Destapó la botella, hizo un brindis a la habitación oscura y vacía y dio un largo trago. Blingg se estremeció mientras el líquido ardiente le quemaba hasta las entrañas—. La vas a necesitar.