Historia corta: Lo que vio Scarlet

por Scott McGough el 23 de agosto de 2013

El profesor Omadd, director emérito del Instituto de Sinergética, se retorcía la oreja ansiosamente mientras esperaba a que la sylvari despertara. Llevaba días agitándose violentamente en el módulo de aislamiento, gritando sílabas al azar y aullando de… ¿dolor? ¿Éxtasis? Omadd no estaba seguro. Ni un genio de su calibre era capaz de adivinar lo que estaba sucediendo dentro de aquella frondosa cabeza verde.

Omadd apretó el puño, estrujándose la oreja hasta que se le llenaron los ojos de lágrimas. Era la estudiante más prometedora que había instruido, llevando a cabo el experimento más importante de su larga e ilustre carrera, y lo único que podía hacer era quedarse de brazos cruzados temiendo por su vida.

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La mujer jadeó profundamente y se convulsionó una vez más. Luego se enderezó, desgarrando las ataduras que unían su cabeza y sus manos al aparato.

—¿Ceara? —Omadd puso una mano tranquilizadora sobre el hombro de la sylvari y luego gritó. Su piel estaba caliente al tacto y el débil resplandor dorado que la rodeaba se había convertido en vivo carmesí.

Se volvió hacia él lentamente, con la mirada fija y concentrada.

—¡Ceara! ¿Me oyes? ¿Qué has visto?

La sylvari alzó la mano abierta y extendió sus dedos. Una delgada enredadera trepó por su manga y empezó a entrelazarse entre sus dedos separados.

—Scarlet —dijo—. Ahora me llamo Scarlet. Scarlet Briar.

—Muy bien, Scarlet —espetó—. Dime, por favor: ¿qué has visto?

De la enredadera comenzaron a brotar pequeñas espinas rojas entre los dedos de Scarlet. Sonrió.

—Todo —dijo.


Ceara emergió del Sueño y dio un paso al frente, saboreando la hierba húmeda de la Arboleda bajo sus pies. Con los ojos todavía cerrados, inhaló, aspirando el fresco aroma de los seres vivos a su alrededor.

—Te doy la bienvenida, retoño. —La voz era amable, el tono apacible—. Soy el sanador Serimon. Aquí estás a salvo.

—Shhh. Estoy pensando. —Ceara abrió los ojos a un mundo vibrante de tonos verdes y dorados y marrones terrosos. La luz del sol atravesaba las copas de los árboles, nutriendo a los grandes árboles y calentando la vegetación del suelo. A su alrededor, criaturas de todas las formas y tamaños se llamaban entre sí, explorando, persiguiendo, siendo perseguidas, siempre en movimiento.

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Ceara parpadeó, gratamente abrumada por todo aquello. El mundo era un sistema fascinantemente complejo de pequeños sistemas entrelazados que incidían entre sí en una danza en constante cambio. Era más que fascinante: era la vida misma, y ahora formaba parte de ella.

—¿Retoño? —dijo Serimon—. He venido a ayudarte a aclimatarte. A ayudarte a que entiendas tu lugar en este mundo e identifiques el propósito que la Madre Pálida te ha asignado.

Su mirada permanecía clavada en la compleja danza viva del bosque.

—Encontraré mi propio lugar, muchas gracias. Pero si alguien me lo asigna, difícilmente será “mío”.

La expresión de Serimon se agrió, pero mantuvo su tono tranquilizador.

—Has despertado con mucha confianza —dijo—. Pero no seas demasiado arrogante. Todos tomamos decisiones en la vida, pero a veces las toman por nosotros. Sobre todo nosotros, los vástagos del Árbol Pálido. Así son las cosas.

—¿Así son las cosas? —Ceara sonrió. El mundo de Serimon estaba bien definido para él. Nunca lo pondría en entredicho, nunca lo pondría a prueba, nunca intentaría redefinirlo.

—Gracias por asistir a mi despertar, sanador —dijo, echándose a reír—. Pero cuando se trate de mi vida, seré yo la que tome decisiones.


Tras ocho años de estudio voraz en la Arboleda, Ceara había aprendido todo lo que le importaba de su extensa familia. Su gente era experta en muchas disciplinas clave, pero no podían proporcionarle la profundidad de conocimiento que ella anhelaba. Quería construir sistemas tan complejos como los que veía en la naturaleza, crear máquinas tan sublimes como los seres vivos que veía a diario. Su mayor gozo como estudiante vino cuando puso a prueba esos sistemas establecidos para exponer sus fallos a beneficio de fortalecer sus propios diseños.

Aprendió mucho de los maestros ingenieros entre los suyos, pero el alimento que le ofrecían no lograba saciar su apetito. Ceara decidió aventurarse al mundo en busca de algo que sí lo hiciera.

Su primera parada fue en los herreros de Hoelbrak: si quería crear máquinas, tenía que entender el metal. Impresionó a un viejo oso norn llamado Beigarth con su interés y energía, y este la invitó a pasar un largo invierno como su alumna, aprendiz y atendiendo la forja. Cuando llegó la primavera, anunció sus intenciones de seguir adelante, después de haber aprendido todo lo que necesitaba saber. Beigarth trató de disuadirla, deseoso de transmitir todos sus conocimientos de herrería a una alumna tan única y prometedora, pero ella lo dejó con un gesto y una sonrisa despreocupada. No necesitaba ser una maestra herrera para forjar el tipo de creaciones que había imaginado.

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A continuación se pasó dos años con una gladio llamada Asagai, antiguo miembro de la Legión de Hierro. Asagai era una experta francotiradora y demoledora que podía saber por el tacto si un arma de fuego no había sido montada correctamente y corregir un sitio mal alineado en un cañón de campaña con solo escuchar el sonido de su trueno. Cuando Ceara hubo aprendido todos los secretos del soldado solitario y declarado su intención de continuar sus estudios en otro lugar, la veterana charr la maldijo llamándola cachorro irresponsable y la amenazó con destriparla con una cuchilla oxidada. Ceara evitó elegantemente los golpes salvajes de Asagai y se despidió con respeto. Las armas de fuego y la artillería eran divertidas, pero eran demasiado simples. A sabiendas de que solo había un lugar que podía ampliar sus conocimientos tan extensa y rápidamente como necesitaba, partió hacia Rata Sum.


Lo que más le costó fue convencer a los tres grandes Institutos para que la dejaran entrar. Aparte de su rechazo inherente hacia los que no son asura, no disfrutaban viendo cómo una humilde sylvari con delirios de excelencia académica “diluía” o “contaminaba” la capacidad mental colectiva de su alumnado. Cuando Ceara construyó un golemita totalmente funcional sobre la marcha a partir de un pequeño cristal de poder, un puñado de mineral en bruto y algunos hechizos seleccionados, el Consejo Arcano le concedió a regañadientes su condición de estudiante provisional de Dinámica.

Completó el curso de Dinámica en menos de un año con las mejores notas de su clase. Con cierta consternación, los concejales le dieron las mismas oportunidades en Estática. Cuando vieron que logró resultados similares en un plazo parecido, sintieron curiosidad por saber si podría hacer lo mismo con Sinergética.

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Con la Sinergética tardó un poco más, ya que Ceara por fin había encontrado un campo de estudio que era ilimitado, al igual que su interés. Se sumergió en la mezcla miasmática de patrones de energía mística y probabilidades arcanas de la Sinergética, en su enfoque en la teoría del caos y la representación de conexiones impredecibles, en la búsqueda del conocimiento oculto y los mecanismos secretos derivados a partes iguales de la contemplación de lo efímero y la aplicación de lo práctico.

Fue aquí, bajo la tutela del director Omadd, cuando Ceara entró en contacto con la alquimia eterna por primera vez. Cuanto más se adentraba en ella, más se convencía de que el pináculo del pensamiento asura no era un motor metamágico o una ecuación trascendente, sino una llave que permitía acceder al tejido básico de la mismísima realidad.

Aunque estaba respaldada al 100 % por Omadd, la tesis de Ceara no fue bien recibida entre los Institutos ni el Consejo Arcano. “Conjetura insostenible”, lo llamaron. “Afirmaciones sin corroborar que rozan la herejía académica o, como mínimo, la criminalidad”.

Ella apenas se percató: ya había comenzado a separarse del sistema universitario, con la esperanza de encontrar una organización de investigación que fuera más receptiva con sus ideas. La encontró en la Inquisa.


Los días de Ceara con la Inquisa fueron breves, aunque muy productivos: le enseñaron cosas que los otros Institutos ni siquiera se atrevían a comentar y le permitieron comprobar en la práctica real sin aquellas medidas de seguridad irritantes e innecesarias.

Sin embargo, las cosas acabaron repentinamente y de mala manera cuando Ceara y su compañero de sociedad Teyo irrumpieron en los archivos de la ciudad y manipularon varios de los diseños que encontraron allí. Se le presentó como una oportunidad de ofrecer a la Inquisa una ventaja competitiva en las próximas competiciones del Premio Snaff, pero Ceara también dejó su sello en algunos proyectos no relacionados que encontró.

Cuando las pillaron, Teyo se teletransportó a un lugar seguro y dejó que Ceara se enfrentara a las consecuencias. El Consejo despojó a Ceara de sus credenciales académicos y los Pacificadores la expulsaron de Rata Sum. En respuesta, ella se echó a reír y abandonó la ciudad sin ninguna de sus notas de investigación o pertenencias, silbando mientras caminaba.

Vagó durante varios meses antes de establecerse con los hylek de Michotl a las afueras de Rata Sum (lo cual la obligó a ocultarse bajo una capucha para evitar llamar la atención de los Pacificadores). La alquimia hylek era divertida, pero la consideraba un callejón sin salida en el camino que había elegido.

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Mezclar pociones, venenos y elixires para producir efectos específicos era parecido a construir dispositivos, pero le parecía mucha horticultura y poca ingeniería para su gusto. Si hubiera querido pasarse la vida recolectando polen o destilando extractos de flores exóticas, nunca habría abandonado la Arboleda.

Afortunadamente, la proximidad a Rata Sum hizo posible que Omadd diera con ella. Su mentor le ofreció la oportunidad de explorar de nuevo la alquimia eterna. Ceara aceptó y abandonó la aldea Michotl sin dar ninguna explicación.

Tras meses de concienzuda preparación, el experimento de Omadd estaba listo. Ceara entraría en su módulo de aislamiento, una amplia variedad de dispositivos taumecánicos conectados a una cámara parecida a un ataúd. Una vez activado, sería liberada de su cuerpo físico y podría profundizar en el vórtice metafísico de la realidad como nunca nadie lo había hecho.

Le advirtió en repetidas ocasiones de los peligros que aquello entrañaba para su vida y su cordura.

—Tienes que sobrevivir —le dijo—. Una de las limitaciones del módulo es que no es capaz de grabar lo que experimenta tu mente. Si no vuelves o no puedes expresar lo que has aprendido, no habrá servido de nada.

—Entendido. —El rostro de Ceara brillaba, sus ojos estaban muy abiertos y hambrientos—. Comencemos.


Dentro de la máquina de Omadd, el universo se extendía ante ella, un amplio e infinito mar repleto de estrellas. Ceara lo surcaba, luchando contra sus corrientes, flotando sin esfuerzo sobre ellas o quedándose inmóvil mientras luces extrañas y energías mágicas se arremolinaban a su alrededor.

Vio Tyria como un globo de tamaño natural, estática entre tormentas cósmicas y enormes nubes de potencialidad. Se preguntó si se vería a sí misma en el laboratorio de Omadd cuando Rata Sum apareciera ante sus ojos, pero siguió adelante impacientemente, zambulléndose más profundamente en el vacío agitado.

Para, hija mía.

Ceara se detuvo. Hacía años que no oía la voz del Árbol Pálido.

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Por favor: no sigas adelante. Al tratar de comprender las fuerzas que nos dan forma, acabarás liberándolas. La sociedad no puede soportarlo.

Ceara sintió un cosquilleo eléctrico y se preguntó si su cuerpo estaría sonriendo en el laboratorio de Omadd. Deliberadamente y con gran alegría, Ceara pensó: shhh. Estoy pensando, y luego siguió adelante.

Al poco tiempo vislumbró una vaga forma brillante más adelante. Un árbol, pensó… El Árbol Pálido. Su gran tronco blanquecino conectaba una amplia red de ramas y hojas a un sistema de raíces por debajo. En lugar de nueces o bayas bajo sus hojas, había sylvari. Miles de los suyos colgaban de las ramas del árbol como fruta madura a punto de caer. Sus cuerpos estaban inmóviles, pero sus ojos se agitaban, captando ávidamente su entorno.

Algunos cayeron como hojas de otoño, llegando poco a poco hasta el nivel de las raíces. Una vez allí, se estiraban y partían hacia el vacío, desapareciendo a medida que se abrían paso por la extensa copa de los árboles. Algunos no llegaron tan lejos: se tambalearon, cayeron y se marchitaron a la sombra del gran árbol.

La decepción agrió la fascinación de Ceara. ¿Era esto, entonces? ¿Era tan fácil encapsular las vidas de todos los sylvari? ¿Nacimiento, viaje, experiencia, muerte, todo ocurría bajo los dictados y la filosofía de la entidad divina que los creó?

Se negaba a aceptarlo. Todo lo que había aprendido afirmaba que ningún sistema, sin importar lo complejo que fuera, podía perpetuarse indefinidamente. Los que no evolucionaron, erraban inevitablemente.

Fue entonces cuando Ceara vio la enredadera de espinas. Brotó de las raíces en la base del árbol y comenzó a trepar, enrollándose en el tronco y perforando la corteza con sus púas rojas polvorientas. Un icor negro verdoso brotaba de aquellas heridas, y el gran árbol se estremeció.

Ceara se convirtió en la enredadera y apretaba el tronco del gran árbol como un amante desesperado. El árbol luchó contra ella: estaba destinada a ser parte de él, a participar en su gran propósito. En cambio, ella no era más que una molestia, una provocación.

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¿Lo entiendes ahora? La voz del Árbol Pálido era débil y distante, pero hizo que Ceara volviera a ver el árbol desde la distancia. Si no te fundes con tu propósito en la vida, estás perdido. Peor aún, eres peligroso.

Un intenso placer se apoderó de Ceara. ¿Peligroso, dices? Sus pensamientos retumbaron tan fuerte como un trueno que cruza el vacío. Que así sea.

Con las palabras desesperadas del Árbol Pálido y su propia risa estridente resonando cada vez más por el vacío, Ceara se dejó caer a través de la visión del gran árbol y más allá.


Inmóvil, Omadd miró con los ojos muy abiertos a su antigua alumna.

—Ha funcionado —dijo Scarlet—. Supongo que debería darte las gracias, aunque seguro que tarde o temprano habría acabado averiguándolo. Aun así, no hay razón para quitarle méritos a un genio, ¿no?

Omadd no respondió.

Scarlet rio nerviosamente mientras se llevaba la mano a la cara y veía cómo la roja enredadera espinosa se perseguía a sí misma entre sus dedos.

—Ahora todo tiene sentido. El Árbol Pálido, la Corte de la Pesadilla, Caithe y Faolain… Todo es parte de un gran diseño… Pero veo los defectos de ese diseño. Los míos no tienen que aceptar lo que nos dieron ni ser lo que “nacimos para ser”. Nadie debería. Podemos cambiar las reglas… Bueno, yo sí puedo. Y voy a hacerlo.

Omadd no dijo nada. Con aquellas enredaderas polvorientas y espinosas rodeando con fuerza su cuello, muñecas y tobillos, era imposible. Se quedó en silencio, inmóvil, suspendido de las cuatro paredes y el techo en una trampa de espinas enredadas mientras la sangre goteaba y se acumulaba debajo de él.

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—He aprendido mucho —continuó Scarlet—. Ahora tengo que poner en práctica esos conocimientos. Se está alzando un desafío insuperable y los míos y yo hemos sido llamados a su encuentro. Nuestro creador nos obliga a hacerlo.

—Pero yo rechazo esa llamada. Rechazo la idea de tener que elegir el Sueño o perderme en la Pesadilla. Las fuerzas que nos empujan en esta dirección o que pueden ser redirigidas. Es posible enfrentarlas entre sí en detrimento de ambas, y ahora sé cómo hacerlo.

Scarlet hizo un gesto y las espinas alrededor de Omadd se tensaron. Levantaron alto su cuerpo sin vida y luego lo giraron para saludar al siguiente que entrara en la sala.

La voz de Scarlet se alzó mientras continuaba.

—Tengo mucho trabajo por delante. No sé cómo será el mundo cuando acabe, pero voy a disfrutar mucho averiguándolo. Los imperios caerán, los continentes arderán y cuando la conflagración llegue a su fin, yo estaré allí para poner mi sello en el nuevo mundo en el que se convierta este.

Su mirada estaba inundada por un júbilo maníaco y dijo:

—Adiós, viejo amigo. Los buenos alumnos deben tomar el testigo de su maestro y compartir la sabiduría que han acumulado. Y yo soy una muy, muy buena alumna.

Riendo, llena de propósitos renovados, Scarlet lanzó un beso al cuerpo de Omadd y danzó suavemente en el aire fresco de la noche.

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