Descubriendo Tyria: capítulo dos

por Vikki el 12 de septiembre de 2016

VikkiWeepingIsle

En la MomoCon de este año, Leah Hoyer, directora narrativa, y Ross Beeley, diseñador narrativo, presidieron un panel en el que explicaron los fundamentos del diseño narrativo en Guild Wars 2. Con la colaboración del público, crearon un concepto básico para Vikki, un personaje nuevo que emprenderá un viaje para salvar a su moa, Momo… y que, posiblemente, vivirá muchas aventuras por el camino.


“La Isla del Llanto”. Me entraron dudas al principio de la ruta. Me preocupaba dejar el camino. “Qué nombre más horrible”.

“Cuoc”, contestó Momo erizando su plumaje. Estaba distraída con la medusa que nadaba en círculos sinuosos alrededor de las redes de pesca y las algas. No parecía tan nerviosa como yo con la idea de acercarnos al hogar de los inaudibles. Pero necesitábamos direcciones y suministros y yo quería evitar el Mercado Mabon… y a los investigadores asuras de allí, de ser posible.

La Isla del Llanto se parecía mucho a otros asentamientos sylvari que habíamos visto de camino al Bosque de Caledon, pero estaba erosionada por el viento y el mar abierto. Una campanilla hecha de conchas planas y juncos colgaba de una puerta, tintineando en la cálida brisa. El cielo estaba despejado y las olas, calmas. En absoluto parecía un sitio para llorar; más bien, parecía un sitio para echar una siesta. Sin embargo, al verlo de cerca, había marcas profundas en los pecíolos de la casa de hoja ancha más cercana, como si alguien le hubiera dado hachazos. El camino a la pequeña isla estaba lleno de pisadas caóticas. Y había mucho mucho silencio.

La mayor parte de lo que sabía de los inaudibles lo había oído indirectamente y no era nada bueno. Algunos decían que habían hundido la flota del Pacto en la Selva de Maguuma; otros, que se habían alzado como una unidad y se habían dirigido al norte para unirse a los ejércitos del dragón de la selva. Todo eso era manifiestamente incierto… Yo hasta había visto a uno en Rata Sum hacía poco… pero ¿cómo debería dirigirme a ellos? ¿Debería ir en plan amistoso? ¿O en plan serio y discreto?

“¿Tú qué dices?”, le pregunté a Momo. “¿Nos pasamos a saludar?”.

Momo trinó y se puso de puntillas como hace siempre que se alegra de ver a alguien. Me giré hacia el camino para ver lo que estaba mirando ella.

La sylvari más alta que había visto nunca se dirigía hacia nosotras, derecha a la isla. Era marrón y verde y llevaba el cabello similar a los helechos y de lado. Era tan ancha como un árbol. “Tenemos visita”, dijo al vernos. Nos rozó a Momo y a mí al pasar y se puso entre nosotras y la Isla del Llanto. Se arrodilló en medio del camino, dejó caer la mochila del hombro y empezó a sacar cosas. “¿Fruta? ¿Herramientas? Puedo venderte lo que quieras, aquí mismo, al borde del camino”.

Algo en su voz hizo que me quedara atrás. No percibí ningún peligro y Momo no dejaba de piar inquisitivamente, pero me recordó a cuando tenía que hacer llamadas inesperadas a investigadores séniores. Me dejaban llegar a la puerta, pero no más allá.

“¿Vives aquí?”, le solté.

La sylvari me lanzó una mirada suspicaz. “¿Herramientas? Será mejor que te prepares bien, si vas ir muy lejos. ¿Estás con la sociedad?”.

“Mi… No, no tengo una sociedad. ¿Qué sociedad?”.

“Por allí”. Agitó la mano en dirección al Mercado Mabon. “Dijeron que iban a investigar las Islas de Fuego. ¿Eso te dice algo?”.

“No”, reflexioné. “El único lugar que se me ocurre así está al sur”. Muy al sur. Solo voy a ir al Valle de la Reina”.

La sylvari desenrolló una alfombra gruesa de juncos y expuso herramientas de recolección, manzanas rojas y un gran trozo de fruta espinada envuelto en una hoja. Las manzanas llamaron la atención de Momo, que movía la cabeza de arriba abajo y miraba de reojo a la sylvari.

“Momo, no supliques. Suplicar es malo“. Fruncí el ceño. “Lo siento, no está acostumbrada a los desconocidos”.

Momo dejó escapar el sonido más diminuto y patético, cual cría de pájaro hambrienta, y metió el pico justo bajo la mano de la sylvari. Los ojos de la sylvari se abrieron de par en par y, después, se rio. “Parece muy acostumbrada a los desconocidos”, dijo. Algo se suavizó en su duro rostro. “Sin embargo, puede que tú y yo no. Deiniol”.

Me llevó un rato darme cuenta de que me estaba dando su nombre. “Yo soy Vikki y esta es…”.

“Momo, sí”. Deiniol la acarició y, luego, le ofreció una manzana en la palma de la mano. Momo la comió de una sentada.

“¿Eso está bien?”. Me preocupaba el dinero.

“He sucumbido a sus súplicas, así que es gratis”. Deiniol metió las manos en el agua para quitarse el zumo de manzana. “¿Qué hay en el Valle de la Reina?”.

“Expertos en moas. Es probable que… Momo esté enferma. No estoy segura”, titubeé. “Quiero que le hagan un chequeo”.

“A mí me parece que está sana. Hay moas rosas cerca, pero Momo tiene el pico más grande que he visto”.

¡Bien! Este es un tema al que podría hincarle el diente. “Eso es porque, en realidad, no es un moa rosa. O sea, sí que lo es, pero no por taxonomía. Es un moa negro con el color diluido”.

La progenie a la que guie a través de esto o bien solía estar delante de mí y solo quería jugar con Momo o bien se aburría de todo, pero Deiniol parecía sorprendida. “¿Dónde encontraste un ave tan magnífica?”.

“Oh”. Por supuesto, yo pensaba que Momo era magnífica, pero… “Nadie más la quería”.

“¿En serio? ¿Ni siquiera por su precioso color?”.

Momo se arregló las plumas con el pico. A veces, me da la impresión de que entiende todo. “Las variaciones en la pigmentación aviar están bien documentadas, y ella destaca demasiado para un guardabosques serio”, dije.

Deiniol me lanzó una mirada larga. “¿Por qué la quisiste ?”.

“Me gusta el rosa. Además, cuando la cogí por primera vez, se quedó dormida bajo mi mentón”.

“Entiendo”. Me sonrió. “Entonces, diría que ambas tenéis buen ojo”.

Le devolví la sonrisa, agaché la cabeza y conseguí balbucear algo amable. Al final, compré todas las manzanas de Deiniol… pero es que eran unas manzanas muy buenas.